Transcendiendo la pantalla
El colectivo trans sigue siendo a día de hoy uno de los más discriminados en nuestra sociedad. El cine es una herramienta más que puede servir para poder comprenderlo y aceptarlo o, en su defecto, estigmatizarlo y perpetuar esa discriminación. Por eso es importante ver la evolución en el cine del colectivo trans, para entender cómo el arte cinematográfico también puede afectar a nuestra visión de la realidad.

A lo largo de la historia del cine, hemos podido ver “representada” la realidad trans en una gran variedad de facetas. Y recalco las comillas porque, en muchos de esos casos, esa representación ha estado impregnada de estereotipos, clichés y desinformación. Muchos son los casos de películas de terror cuyo plot twist se basa en que el asesino es una mujer trans o “un hombre disfrazado de mujer”. Y esto sin saber aclarar cuál es el significado de “transexual” y achacando su identidad de género con su problema mental para querer asesinar a personas. Anticipo que se vienen spoilers, pero a mí me hubiese gustado saber de antemano que clásicos del terror como Campamento sangriento (Robert Hiltzik, 1983) o Vestida para matar (Brian de Palma, 1980) tenían dentro de sus cintas un alto contenido tránsfobo con el que podría haberme ahorrado un enfado.
Todos estos casos de representación del colectivo trans han sido criticados recientemente por el daño que pueden provocar en la propia comunidad. En el documental Disclosure: Ser trans en Hollywood (Sam Feder, 2020), podemos ver declaraciones de personas trans que hablan del impacto que ha tenido el cine en su día a día. Jen Richards, actriz y escritora, explica en el documental: «Iba a iniciar mi transición y reuní el valor para contárselo a alguien del trabajo. […] Me miró y me dijo: “¿Cómo Buffalo Bill [el antagonista El silencio de los corderos]? Su único punto de referencia era un asesino en serie repugnante y psicótico que caza mujeres para matarlas y desollarlas».
Este tipo de relaciones que se establecen entre la realidad y la ficción duelen. Y duelen porque por mucho que sepamos que es ficción, lo que muestra el cine genera un imaginario que hace que interioricemos muchas ideas, por mucho que sean dañinas y se alejen de la realidad.

Pero esta falta de preocupación por la visibilidad de realidades oprimidas también genera un contrapunto. Empiezan a surgir voces que tienen la intención de contar qué es ser trans y de normalizar su existencia en sociedad. Ya a finales de siglo, pero sobre todo ahora, encontramos representación trans fuera y dentro de la pantalla. El caso de las hermanas Wachowski es uno de los más interesantes. Estrenaron Matrix antes de salir del armario. En 2020 confirmaron que la película era una alegoría trans (no sin recibir el odio en redes de personas que negaban que pudiese ser cierto). Además, también han llevado a cabo la exitosa serie Sense8 (2015-2018), que cuenta con una gran representación del colectivo LGBT.

Y adentrándonos ya un poco más en las historias trans dentro de la pantalla actualmente, podemos analizar lo positivo y negativo. Uno de los mayores problemas que encontramos en los contenidos con personajes trans es la falta de actores y actrices trans que contratan para ello. El colectivo lleva años quejándose de que un protagonista trans sea interpretado por una persona cis.
Por una parte, las condiciones laborales del colectivo trans han sido históricamente precarias. Si no contratan a personas trans, no es porque no haya, sino porque no quieren. Hay mucha gente trans dispuesta a tener trabajo y a poder representar papeles que cuenten una realidad que, mejor que nadie, conocen.
Por otra parte, tenemos que tener en cuenta lo que ya he ido mencionando sobre lo importante que es construir la realidad mediante el cine. Si seguimos viendo a una mujer trans siendo interpretada por un hombre cis, se creará en la cabeza la idea de que una mujer trans es un “hombre disfrazado”. En vez de eso, podríamos estar viendo cómo es una persona trans y no tener su imagen en la cabeza como algo que no se corresponde con la realidad. Estos son los casos de películas como Boys Don’t Cry (Kimberley Pierce, 1999) o La chica danesa (Tom Hooper, 2015), largometrajes cuya historia y trama son muy buenas y te permite entender lo que es ser trans, pero fallan en poder ver lo que es ser trans.
Pero no todo está perdido. Al igual que destacamos lo malo, también lo debemos hacer con lo bueno. Ya a mitades de la década pasada encontrábamos películas aclamadas por su buena visibilidad y por acercar su existencia a la gente de manera fiel. Tangerine (Sean Baker, 2015) nos adentra en la vida de dos mujeres trans que se dedican a la prostitución. Un suceso que ocurre en la comunidad mucho más de lo deseado.
Y sin irnos tan lejos en el tiempo y en el espacio, tenemos en España grandes ejemplos que poder destacar. El éxito internacional de la serie Veneno (Javier Calvo y Javier Ambrossi, 2020) no es más que una respuesta a la necesidad que tiene la audiencia de ver contenido con buena representación de historias trans. Y la reciente galardonada en los Goya 20.000 especies de abejas (Estibaliz Urresola, 2023) cuenta de una manera muy delicada lo difícil que es la experiencia de la infancia trans.

Bajo este tono esperanzador, solo queda decir que a la comunidad trans todavía le queda mucho camino para tener una presencia normalizada y positiva en la industria. Pero eso no quita el gran número de películas que ya cuentan con la representación que las personas trans merecen. Porque lo que importa es que te puedas sentar en una butaca y que, de vez en cuando, puedas decir: “Me veo”.
¡Si queréis más recomendaciones con perspectiva de género, no dudéis en ver nuestras Voces críticas!